Un recital flamenco clásico, en una peña, tiene unas cuantas condiciones necesarias para que el resultado final sea considerado un éxito. Al decir clásico me refiero a dos artistas, un cantaor, cantaora en nuestro caso, y un guitarrista (aquí siempre es un hombre, nunca he llegado a entender el porqué de la desafección de la mujer a la guitarra flamenca profesional) sentados en sendas sillas, solos ante un público presuntamente entendido que los escucha durante algo más de una hora. La primera condición necesaria es la cualificación artística adecuada, condición que la noche del miércoles en El Taranto se cumplía sobradamente: Sonia Miranda y Paco Cortés, son dos artistas de calidad contrastada. La segunda es que haya buen entendimiento entre los dos, que la guitarra se acople bien con la cantaora y lo decimos así porque por algo se dice guitarra de acompañamiento. El guitarrista es quien debe de procurar llevar en volandas a la cantaora, facilitando su lucimiento incluso en detrimento del suyo propio. Esta segunda condición necesaria se cumplió perfectamente con Sonia y Paco. Acostumbrados a trabajar juntos, admiradores del arte respectivo que se sostiene también en una amistad y un cariño mutuo de muchos años, solo había que observar sus gestos en el transcurso del recital para deducir que estaban disfrutando de lo que estaban haciendo, una vez abandonados los nervios lógicos de los primeros momentos. La tercera condición necesaria es la comunión con los espectadores. Si el arte en general para trasmitir emociones ha de contar con la predisposición del público en la música flamenca se requiere una participación muy activa. No es el flamenco la música más adecuada para escucharla como sonido de fondo en el hilo musical.
Esa tercera condición está casi asegurada si se cumplen las dos primeras, siempre y cuando se den otras condiciones complementarias: un público mayoritariamente entendido, que respeta a los artistas, guardando un silencio sepulcral cuando procede y jaleando en su momento como saben hacer los aficionados cabales. En todas estas facetas que valoran al público flamenco, el habitual de El Taranto obtiene matrícula de honor. Los profesionales de cualquier lugar de la geografía flamenca tienen una muy favorable opinión del público que frecuenta El Taranto, la Capilla Sixtina del Cante que dijo D. Antonio Mairena.
Dadas por cumplidas las condiciones expuestas anteriormente y contando con que una de las principales virtudes de Sonia Miranda es la dulzura de su cante, espero haber justificado el título de este artículo que juega con dos marcas genuinamente almerienses, acreditadas y señeras. Con esa voz dulce y, no obstante, poderosa que emociona especialmente cuando Sonia decide arriesgarse, compuso un recital espéndido, redondo y amable por malagueñas, tientos, soleá, farruca, cantiñas y siguiriyas, para concluir con unas bulerías que regaló a un público que estaba ya entregado. Por cierto, Sonia dedicó las cantiñas a su marido, Rafael de Haro, que estaba confundido entre el numeroso público que llenaba los aljibes. El día del recital se cumplía el décimo aniversario de su boda. Una boda que, rompiendo el tópico de que el hombre se va a vivir a la ciudad de origen de la mujer, ha permitido a Almería engrosar la nómina de buenos artistas flamencos. Nunca en la historia, nuestra tierra ha tenido tantos y tan buenos al mismo tiempo.
Paco Cortés, el gran guitarrista del barrio granadino de El Sacromonte, contribuyó con generosidad en el éxito de Sonia. Premiado por El Taranto en la primera edición del trofeo al mejor guitarrista de acompañamiento, provocó varias veces el ole (en los toros olé) espontáneo de los aficionados y la sonrisa cómplice de la cantaora. Tengo que aprovechar que esta noche tengo a mi lado al maestro, dijo en voz baja. Y bien que lo aprovechó para disfrute de los que allí estuvimos.
Escribe: Miguel H. Pérez. Diario de Almería. Jueves, 19 de mayo.