No cabe dudar, ni nadie duda, del papel esencial que las Peñas desenvuelven hoy en el panorama del arte flamenco. En efecto, prácticamente desaparecidos los antiguos y animados refugios públicos de la clásica “reunión” (tabernas y aun restaurantes primero, bares más tarde); casi inexistentes también los tablaos sucesores de los añejos cafés cantantes; voladas del todo seculares “escuelas” de contacto; comunicación y enseñanza flamencas, y en claro descenso los festivales por muchas razones que no es del caso elencar aquí, la vitalidad del flamenco, sus naturales necesidades de manifestarse y ser disfrutado y aprendido tanto por artistas como por oyentes, han apelado a la fórmula peñística como recurso salvador.
De ahí la llamativa proliferación de las Peñas y su auge, de los que brindaré un solo ejemplo: el de la Peña Enrique Morente, tan lejos de la habitual geografía flamenca como que está en Oviedo, es de creación reciente, edita un digno boletín-revista y cuenta con casi cuatrocientos socios de pago y asturianos casi todos, con sólo un número muy reducido de andaluces; entiendo que este último dato es peculiarmente revelador para medir la fuerza y el interés actuales de las Peñas Flamencas.
No sé cuántas habrá en España, pero sí que son legión, y también que El Taranto de Almería, ahora en sus bodas de plata, cuenta entre las más eficaces, mejor montadas y con mayor “sentido de servicio” podríamos decir.
Las páginas que siguen me eximen de palabras oclosas; ellas reflejan la ejecutoría, la ejemplaridad y el esfuerzo permanente de esta asociación para seguir cumpliendo sus funciones y siendo digna del ensolerado, casi inverosímil lugar que la cobija -unos metros cuadrados de medievo; los aljibes árabes de la capital almeriense- así como del prestigio y respeto que su sola mención suscita entre aficionados de toda España e incluso en dilatados sectores ajenos al arte y al vivir flamencos, ya que, de modo generoso, su directiva y sus venerables muros acogen también otras actividades culturales, sin merma de la que constituye su razón de ser.
Fernando Quiñones, amigo de El Taranto Madrid, marzo 1.988